martes, 23 de diciembre de 2008

Las lluvias del MetSat - Novela Inédita -Finalista Premio Planeta 2005




Novela finalista del Premio Clarín 2005
con autorización de su autor: Marcelo Zamboni









Cuántos lobos sentimos que nos pisan los talones,
mientras que nuestros verdaderos enemigos pasan
junto a nosotros con piel de oveja.


Bajo el volcán.
Malcolm Lowry













1 oriental



Me despertó el celsat y sentí alivio al descubrir que seguía con vida, que estaba acostado en mi cama en el Metropol. El aparato sonaba sordo, lejano: algo lo ahogaba. Imaginé que moría de asfixia, que nadie me iba a poder llamar más. Todavía dormido lo busqué entre las sábanas. No recordaba dónde lo había dejado. Por el momento, no recordaba nada.
Hice un esfuerzo para estirar el brazo hacia el piso, apartar la ropa que lo cubría y atender.
-Dejáme en paz y morite –protesté.
Oí el mismo silencio. Después, la perra colgó.
Abrí la mano y solté el celsat con el deseo de que se hiciera pedazos; qué me importaba.
Cerré los ojos sin ganas de levantarme.

La noche anterior todavía me pesaba. Había bebido no sé cuántas Leizzen y Liliport esperando inútilmente a Jing Po en el Paraíso. Después anduve bajo la lluvia mirando a las chicas del Distrito Hong. Las más jóvenes se exhibían desnudas detrás de las vidrieras. Una taiwanesa de piernas largas y tacos altos, tomó mi mano al pasar y me retuvo.
-Veo tu futuro –susurró –Un yuan sobre mi piel.
La lluvia flotaba entre los dos. Era Intensidad 0.5 de la ISC, suave, casi no mojaba. Las diminutas gotas rodaban por la cara de mi amiga.
-Sería más emocionante arreglar mi pasado –sonreí y me solté despacio.
-Mujeres, LuTe –susurró con fastidio –Soy hermafrodita. La solución perfecta: amante, amigo o compañero. Te vi en TeleDig. Parecías ese actor chino.
-No creas lo que ves, no creas nada. –contesté.
-Ay, el mundo. Es mi trabajo, LuTe. Hacerles necesitar una parte de mí –susurró.
Me encogí de hombros y nos miramos. Luego me di vuelta y crucé la calle hacia Luna Roja.
-Vas a volver –dijo –Me llamo Xiang Zú.
Entré en Luna Roja a tomar sake. Bebí más de la cuenta. Siempre bebo de más.

Cuando llegué al Metropol, la luz artificial del amanecer que había colgado el MetSat, trataba de abrirse paso entre la lluvia. Me sacudí el agua y entré por la puerta de atrás. Necesitaba eludir a Fu Manchú y escaparme de las miradas de mis vecinos, chinos o coreanos, lo que fuesen. Nunca los había visto. Sólo había oído sus discusiones ásperas acerca de cosas pequeñas.
Creo recordar que cerré la puerta, que me desvestí. Después, nada más.

Al final abrí los ojos y el resplandor me molestó. La luminosidad tenía el tono falso de las tardes del semestre Canicular. No podía saber cuánto faltaba para que anocheciese. Desde la cama veía la mayor parte del publiDig de la oficina de turismo de China. El Holograf 4D sensó que me había despertado, y se acercó para invitarme a disfrutar mis futuras vacaciones, cabalgando sobre monstruos, en las playas Dragonmá del Si-Kiang.

No sabía cabalgar. Hacía años que no me tomaba vacaciones.
Tal vez era hora de aprender y de tomarme unos días de descanso en el Imperio.

Me atraían los colores fuertes del Holograf 4D: el amarillo de la arena, el celeste del cielo, el verde del monstruo, el azul del océano.
Mientras le acariciaba el lomo al monstruo, le dije que lo tenía que pensar. Defraudado, el Holograf 4D se alejó para intentar convencer a un par de africanos que pasaban por la calle.

Tomé impulso para salir de la cama, pero apenas logré sentarme en el borde. Noté que estaba flaco: piel y huesos. Hacia rato que había perdido las ganas de comer. No importa. Tarde o temprano el apetito vuelve. Entonces de nuevo sentís que la grasa te ahoga, y que el pantalón te aprieta y te va a matar.

Miré el piso. Aparté con el pie la máscara del Pato Donald y busqué el reloj. Estaba entre la ropa. Se había detenido a las nueve y diez. Lo sacudí. No andaba. Lo había comprado hacía un mes. Era de Plastixen, fabricado en Huan Zei. Una porquería.
Sujeté el reloj a mi muñeca y me levanté.
El celsat sonó otra vez.
-No quiero oírte -contesté cansado, atento al silencio de la perra.
-¿LuTe?
No era su voz. Hubiera reconocido su voz entre millones, sin Multilang y aunque hablase cualquier lengua oriental.
-No estoy seguro –dije.
-Lo vi en el Central de TeleDig. El asunto del desarme del tráfico de Orgix y Viokill; la red de prostitución infantil del Gueto Ruso y de Lejana Alemania –la voz era firme, joven, parecía la de un xeno-nazi –Les van a dar PeCap –continuó -Algún día habrá que pescar al pez gordo y darle la pastilla. Pero aún así, estuvo bien, bien –hizo una pausa -Hato Kai me dio su número, dijo que lo llamase, que usted me iba a ayudar. Me gusta su humor ¿Cuándo está seguro de ser quien es? Yo no sé en qué día vivo.
-Un mundo de Plastixen –miré el reloj y sacudí la muñeca para ver si andaba. Las agujas HF seguían inmóviles –El Central de TeleDig. El lobo hace lo que quiere con las ovejas: las lleva y las trae. Al final, se las come. Tengo las nueve y diez –aparté la ropa con los pies, identifiqué los calzoncillos y estiré la espalda.

Me pareció que volvían las lluvias del MetSat. Mi bisabuelo contaba que había conocido los desiertos, grandes extensiones de tierra seca, casi sin vegetación, donde nunca llovía. Lo contó ya viejo. Preguntaba si papá era mi hijo.

-Quisiera que nos encontráramos –siguió mi interlocutor –Conversar un rato. ¿Las nueve y diez?
La señal del celsat iba y venía. El tipo estaría llegando por el Subfluvial de Montevideo o en alguna de las Profundidades.
-Tuve una mala noche–contesté –Me voy de viaje.
-¿Dónde nos vemos?
-¿Qué hora es? –pregunté – Hay un bar sobre Confucio casi Malabia.
La comunicación amenazó con interrumpirse. Mejor. No tenía ganas de trabajar.
-Me voy de vacaciones a China –continué sin saber si mi interlocutor estaba en línea -A cabalgar monstruos en la playa Dragonmá, en el Si-Kiang. Es un mal momento. Estoy haciendo la valija y no encuentro las medias.
La señal se hizo clara. Habría salido a la superficie o entrado a Buenos Aires.
-Lao Tsé y Malabia. Si le parece nos vemos en un rato –dijo, pero fue una orden -Estuve en el Si-Kiang hace un par de años. No es arena. Es Xoeton dorado. Y esos monstruos no valen la pena. No asustan a nadie. Son animales desdentados y viejos. Para turistas uruguayos. Vaya a volar Pterodáctilos a las Alturas del Bo-The. Eso es adrenalina pura.
-Confucio y Malabia. Mañana a la mañana –afirmé.
-Nos vemos en un rato –repitió y cortó sin decir chau ni siquiera adiós.

Dejé el celsat. Al estirar la espalda miré el techo. Era blanco como la espumaGen del mar chino. Imaginé el viento sobre el lomo de los pterodáctilos en las alturas del Bo-The. Noté que las paletas del ventilador no se movían. Fu Manchú no tenía pensado gastar un yuan en aire acondicionado. Me iba a convenir irme del Metropol antes de deshidratarme. La transpiración me empezó a resbalar por la espalda.

Consulté de nuevo mi reloj. Estaba clavado en las nueve y diez. Mejor. El tiempo pasa rápido.
En la última línea de Cien años de soledad, se lee que las estirpes condenadas no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Mejor. Tampoco creo en segundas oportunidades. ¿Qué hubiera hecho García Márquez con éste reloj de porquería? Hubiese dejado el realismo mágico para los libros, lo hubiera tirado a la basura y se hubiese dedicado a vivir tranquilo. Sin urgencias, sin tiempo, sin nostalgia, sin mirar atrás. Pero no soy García Márquez ni esto es Macondo. Soy LuTe y esto es Buenos Aires.

Le di unos golpes al reloj pero las agujas HF ni se movieron. Decidí despabilarme con una ducha de agua fría. Eso alivió el calor por un rato. Luego me vestí y me calcé el MultiLang para salir a encontrarme con mi cliente.
Abrí despacio y espié que no hubiese nadie. La puerta de los chinos o coreanos, lo que fuesen, estaba cerrada. No se oían ruidos. Fu Manchú estaría en el mostrador de la planta baja, leyendo y al acecho. Preparado para saltar sobre la rata y cobrarle los meses chinos que le debía. Atravesé el pasillo en puntas de pie, con mínimos crujidos del piso de madera. Bajé las escaleras y salí a la calle por la puerta de atrás.












2 orientales


Lluvia Intensidad 1 de la ISC, caliente como sopa, me cayó encima. Caminé entre el mar de extranjeros que miraban los Drogos, los afiches 4D de CineVirt o los nuevos diseños de Hui Fang. Las brillantes pantallas del MetSat anunciaban una lluvia Intensidad 2 de la ISC, en 3 minutos con 20. Como hormigas, miles de extranjeros entraban y salían del túnel a la Primera Profundidad. Para hacer tiempo me detuve a mirar una propaganda de turismo sexual invertido en Mongolia. El Holograf 4D mostraba una playa de arenas doradas frente al mar. Pero era verdad. Mirándola bien, debía ser de Xeoton amarillo.

En Tonkín y Coronel Díaz pensé que todos los habitantes de Buenos Aires habían decidido reunirse allí. Tardé en cruzar la avenida con su dragón interminable de autos a Hidróneo. Un par de cuadras después, entré en el barrio Serbio. Hice caso omiso de las prostitutas, de los hermafroditas y de los soñadores mejicanos que me ofrecían en los Drogos. Un SexGun tiene dos veces más potencia que un soñador. Llegué al murallón alto del viejo Botánico y doblé en dirección a Confucio. Recordé que adentro, junto a los restos de la estatua de los Primeros Fríos, hacía muchos años, había conocido a la perra.
Mientras esperaba para cruzar la calle una tailandesa me pidió un yuan. Le dije que no tenía. Me insultó con el chillido de un cuis a punto de ser descuartizado. No quise contestarle y crucé. Un chaparrón Intensidad 2 de la ISC se descargó y me apuré a entrar en el bar. No quería que me matase una centella. Miré la hora: eran las nueve y diez.

Estaba casi vacío. Era viejo y se caía a pedazos. La gente va a lugares donde el techo no se te va a venir encima por los doscientos rusos que viven apiñados en los altos. Tenía aire acondicionado.

-¿LuTe? En TeleDig parecía más gordo. El traje le quedaba impecable ¿Me permite?
No lo había visto entrar. Tenía cuarenta y tantos; era atlético, de pelo ondulado, castaño, corto; de ojos claros y altura mediana. Su voz era firme, segura. Sonreí como un profesional del MiCoPer. Estiré la mano para saludar y se sentó. Me devolvió la sonrisa con cansancio. Se acomodó y buscó al mozo con la mirada.

Intuí que nuestro diálogo iba a ser igual al de Philip Marlowe con un cliente. Debía atenerme al género.

-Me llamo Linnex, Ian Linnex.
Una holandesa con pollera verde, camisa amarilla y delantal, se acercó. Linnex pidió una Liliport.
-Una Leizzen y un Ling mei caliente –dije sin pensar.
Unos laosianos hablaban su lengua de susurros en una de las mesas del centro. Linnex los miró sin disimular su disgusto. Volvió a mí con una sonrisa. Abrió su billetera, sacó una VideoPhot y me la tendió. Era de una adolescente con rasgos impresionantes.
-Li, mi hija –explicó –No sabemos dónde está. Mandé el Biosearch pero no lo activó. Estaba seguro de que no lo iba a hacer. Quiero encontrarla antes de que empiece el Semestre Glacial. En las Profundidades es imposible. Hato Kai me dijo que usted es el mejor.
-A esa edad son rebeldes –murmuré.
Activé la VideoPhot. Li reía feliz. La dejé sobre la mesa
-¿Linnex? ¿de Optech?¿LobotQuim?
-No me gusta la Fed. No quiero llamar la atención. Por eso hablé con Hato Kai. Jugamos GolfVirt en BeijingPark. Es amigo de Hum Xi. Me dio su número, dijo que usted era discreto. No me gusta. –hizo una pausa -A Hum Xi tampoco le gusta exponerse. Optech es parte del consorcio Aquam.

-Hato Kai todavía está en la Fed –observé –Yo la dejé hace mucho.
Linnex suspiró y me miró.
-No queremos que aparezca el circo amarillo de TeleDig –dijo –Que se haga de esto algo que no es. Las imágenes dan la vuelta al globo en segundos y Optech tiene intereses en Beijing, Ámsterdam, Nueva York, Pank Zhei y la Habana.
La holandesa trajo el Ling Mei. Estaba caliente. Parecía crocante. No tenía ganas de comer. No sé por qué lo había pedido. Miré a Linnex. Estaba más preocupado por evitar que TeleDig lo hiciera aparecer en el Central, que por encontrar a su hija. Sé de chicos HC que se ausentan por semanas. No sale la Fed a buscarlos. No son noticia para nadie. Pero un trabajo es un trabajo.

-Los yuanes no sirven para nada -continuó Linnex mientras miraba las piernas de la holandesa –Trabajo como un chino –aseguró –Nada me devuelve el tiempo.

Sonreí. El cliente siempre tiene razón. Linnex era parte de la cabeza de la hidra Aquam. OpTech se incluía en su vaguedad. Miré su muñeca. Usaba un impresionante reloj de Hidróneo. Con sus inservibles yuanes estaba a punto de comprar mi tiempo. Claro que soy barato y lo tengo disponible en cantidades industriales.

-Queremos que vuelva. El GeoTer está en marcha y empezarán las nieves –probó la Liliport e hizo un gesto de placer –Nos sentimos mal. Me pregunto qué le hice, en qué fallé.
-A veces es una manera de pedir algo, de pretender que se ocupen de ellos –opiné.
Linnex suspiró y negó con la cabeza.
-Le damos todo lo que los yuanes pueden comprar –hizo una pausa y tomó su Liliport –Nos llevamos bien. No supe de ella por unos días y le pregunté a Hum Xi. Li es como todas; no es mal alumna, tiene amigas, le gusta salir.
-Si uno supiera qué pasa por la cabeza de una mujer joven –dije, me serví Leizzen y tomé un par de sorbos. Todavía estaba fría.

El celsat sonó. Me disculpé y lo atendí. La perra se limitó a gemir y colgué.

-Cinco días –murmuró -¿No va a comer?
Con un gesto le indiqué que podía servirse.
-Yo no le avisaba a mi padre adonde iba –dije.
-Bueno –Linnex mordió el Ling mei y se demoró en la búsqueda de palabras -Se quedan a dormir en cualquier lado. Li suele ir a lo de Xing, a veces a lo de Mali. De vez en cuando duermen en casa.
-Cinco no parecen mucho.
-¿Tiene hijos, LuTe? Entonces me va a entender. Cinco. –Linnex le dio otro mordisco al Ling mei y llamó a la holandesa –Traéme una Hipoka. Creo que cinco, no sé. A veces no veo a Hum Xi en toda la semana -hizo un gesto de resignación -Me gustaría pero el trabajo es como el Orgix ¿no?
-Nadie sabe dónde están sus hijos–acoté –el Orgix mata.
-Mire, LuTe –Linnex terminó la Liliport; la holandesa regresó con la Hipoka, le sirvió y se fue -No sé, tal vez exagero, no me gusta. -comió lo que quedaba del Ling mei y se limpió con la servilleta.

Envidié su apetito. Yo no tenía ganas de nada. Ni de oír los gemidos de la perra, ni de respirar, ni de encargarme de una adolescente HC descarriada.

-Si supiera dónde está iría por ella –siguió sin pasión, sin violencia –No, no sé –agregó y miró la lluvia Intensidad 0.5 de la ISC, que caía en copos blandos y levantaba vapor. Una pareja corría. –Cuándo nos falta la persona que queremos nos arrepentimos ¿no? –me miró a los ojos –Usted me entiende, tiene hijos –y señalando la Leizzen –Eso debe estar caliente, le pido otra.
-¿Cómo estaba vestida?
-Hablé con Xing y con Mali. No recuerdan, no la volvieron a ver. Todas las chicas se visten de la misma manera. Anda por ahí, uniformada –dijo, se dio vuelta para llamar a la holandesa -Nadie nos devuelve el tiempo que perdemos.

Li, Xing y Mali. No sé por qué pensé en Lu Shang, la actriz SexFan de Hong Kong Blues y en las series chinas de TeleDig. Y en una boa que tuve que se llamaba Mao.

Me miró. Parecía esperar palabras piadosas o gestos de misericordia; Tal vez que le diera la seguridad de que encontraría a Li. Creo que no hice ningún gesto.
-Cuento con usted –agregó y le pidió a la holandesa que le cobrase –Le vendría bien comer algo –sugirió –Esa ropa le queda grande. Si usara traje se parecería a ese actor chino... No recuerdo el nombre.
Esperé que ella le diese el vuelto y que él dejase un par de yuanes sobre la mesa.
-No tengo hambre –respondí –Su mujer podría saber algo.
-Hum Xi está siempre en casa –sacó una tarjeta y me la dio –Llámela. Guardé la tarjeta y nos miramos en silencio, los codos apoyados sobre la mesa. Había parado de llover.
-Es bueno creer en algo –dije.
Metió la mano en el bolsillo y sacó un montón de billetes. Ni los contó. Los puso sobre la mesa, los tomé y los guardé.
-Quién sabe por donde anda –suspiró y miró su reloj –Me voy. Espero su llamado.
Esbozó una sonrisa y se fue. No pude levantarme para despedirlo. No me dio tiempo, no tuve fuerzas. Estaba cansado, débil, quién sabe. Era verdad que tenía que comer. No tenía hambre. Lo vi subir a un auto que se acercó.

Me quedé pensando en nada. En Hato Kai y sus amigos. No sé porqué en mis abuelo
. En la holandesa del bar. En el calor y las lluvias del MetSat. En Buenos Aires. No tenía ganas de volver al Metropol. Podía ir al Paraíso. Ver a Lei Suk, hablar con él, pedirle que averiguase algo. Miré la hora: las nueve y diez.
Saqué los billetes del bolsillo. Hacía mucho que no tenía tanto. Pensé en comprar ropa, pagar el Metropol, huir al extranjero.

Mientras caminaba entre las mesas, me acomodé el pantalón. Las ganas de comer vuelven, tarde o temprano. Lo que no vuelve es lo que se pierde para siempre.



continuará









De viaje

Si tuviera palabras
te escribiría una carta
fechada en Estambul
que no recibirías.

Las palabras
las di cuando te amé.

Ahora escribo versos
hechos de otra cosa.


LuTe 2008

Perdido

Voy a cruzar la tormenta
de tus piernas
mojar mi boca
calentar tu sangre
entrar en vos como una flecha

No puedo soltarte

Escondes el mapa increíble
de todo un territorio mágico.

John Surgmont 2007

Sobre vos

Crujen mis huesos
así escribo
con tormentas a mis costados

Marcelo Zamboni 2006